Yo,
que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.
A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.
A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino...
Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero...
¿Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo?
Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea
te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea
que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme.
Ay...
si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.
Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...
En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista...
Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo...
Su mar revoltoso,
salado y amargo por el llanto,
cantaba por la noche a la luna llena
que descansaba sola en el cielo.
En las mañanas de sol la espera,
y en las noches el faro le sirve de guía,
cada tarde la fuerte luz se escondía,
y el marinero navega sin rumbo en la playa.
Ese amor que él encontró
estaba entre olas y rocas
agazapado en la espuma de sal
intentando salir a su encuentro.
Pero la mar la envolvió y no consiguió alcanzarla
dejando su barca un rastro de tristeza
de blanca espuma y sin ideas
que arrastró al interior sus alas blancas.
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