martes, 11 de junio de 2013

Mediterráneo.



  Yo,

que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos

de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.

A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.

A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino...

Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero...

¿Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo?

Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea

te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea

que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme.

Ay...

si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca

con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.

Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.

Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista...

Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo... 


Su mar revoltoso,                                              
salado y amargo por el llanto,
cantaba por la noche a la luna llena
que descansaba sola en el cielo.


En las mañanas de sol la espera,
y en las noches el faro le sirve de guía,   
cada tarde la fuerte luz se escondía,
y el marinero navega sin rumbo en la playa.


Ese amor que él encontró
estaba entre olas y rocas
agazapado en la espuma de sal   
intentando salir a su encuentro.


Pero la mar la envolvió y no consiguió alcanzarla
dejando su barca un rastro de tristeza     
de blanca espuma y sin ideas
que arrastró al interior sus alas blancas.


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